La práctica de Mindfulness ayuda a los adolescentes a autorregularse. A través del autoconocimiento, aprenden a entender mejor cómo funciona su mente y la relación cuerpo-mente. Pueden así tomar las riendas, redirigiendo sus impulsos de manera que les lleven a tomar decisiones más sabias, más positivas que produzcan cambios constructivos en sus vidas.
Es nuestra responsabilidad de madres, padres, profesores y otros participantes en la vida del joven el generar un espacio de confianza para que la comunicación pueda darse. No solo para que ellos nos escuchen, sino también para que nosotros les escuchemos a ellos.
El adulto dice: "Si tú hablaras yo te escucharía"
El adolescente responde: "No, si tu escucharas ¡yo hablaría!"
Además, como adultos, tenemos mucho que aprender de los adolescentes, como ese afán de descubrir cosas nuevas y no conformarse con lo conocido y seguro. ¡Sería maravilloso si pudieran contagiarnos sus ganas de vivir!
El autoconocimiento
Sin autoconocimiento no puede haber autorregulación. Para que la educación tome su sentido verdadero, tenga un significado real en la formación de esos futuros ciudadanos, tiene que ofrecer esa mirada interior.
Es impresionante la cantidad de horas que se pasan en la educación en la adquisición de conocimientos para conocer el mundo, en esa continua mirada hacia fuera. Sin embargo, no se dedica casi tiempo a conocer, investigar y descubrir aquello que percibe ese mundo, el propio complejo cuerpo-mente del niño, del adolescente.
Mientras que los adolescentes siguen adquiriendo los conocimientos del mundo, siguen sin conocerse a sí mismos y se convierten en víctimas de sus propios pensamientos, emociones, sensaciones e impulsos a la acción.
Para entender esta etapa de la vida vamos a invitar a llevar la mirada hacia dentro del adolescente. Estudiaremos cómo el cerebro, la conciencia de uno mismo y la relación con los demás son lo que crean la experiencia de quienes son.
El cerebro es nuestro activador y el centro de control. La parte límbica, el "cerebro emocional" (a los que pertenecen el hipocampo y la amígdala), está exacerbado en la adolescencia, sobrereacciona y secuestra a todo el resto del cerebro. Mientras que la parte del córtex prefrontal, que nos ayuda a ser conscientes de nuestra vida, a pensar las cosas con claridad, evaluar una situación y racionalizarla, que analiza y reconsidera las acciones, todavía no está suficientemente desarrollada para calmar el ímpetu del cerebro emocional.
Esto hace que las emociones sean más intensas y tengan reacciones menos reflexionadas, más impulsivas. Cuanto más se reacciona más se refuerzan esos circuitos neuronales impulsivos.
Con la práctica de Mindfulness, el adolescente aprende a reconocer el impulso y en lugar de reaccionar inmediatamente, para, hace una pausa y logra tomar otra "carretera neuronal”, elige su respuesta ante el estímulo en lugar de reaccionar y, poco a poco, estos circuitos neuronales se van haciendo más fuertes.
Las pausas y las prácticas de mindfulness de meditación son las grandes herramientas de la autorregulación. Tienen tres grandes beneficios en los adolescentes:
Hacen que disminuya la amígdala, por lo que son menos reactivos;
Aumentan la conexión con la corteza frontal: no se dejan arrastrar por el ímpetu de la amígdala cuando ésta sobrerreacciona;
Fortalecen las carreteras neuronales de la corteza hacia las partes límbicas y no al revés.
Co-regulación con el adulto
Nuestro rol como madres, padres, profesores y otros participantes en la vida del joven es crear un ambiente de confianza en el que el adolescente se sienta libre para ser escuchado, entendido y expresarse sin juicios.
Según Paul Gilbert, cuando hay crítica nos conectamos con nuestro sistema corporal de amenaza-defensa, nuestra amígdala se dispara, se genera cortisol y adrenalina preparándonos para luchar, huir o paralizarnos. Cuando nos sentimos inadecuados, nuestro auto-concepto se siente amenazado y esta respuesta de amenaza causa estrés e incluso ansiedad y depresión. Y como adultos muchas veces sin darnos cuenta es lo que hacemos con nuestros adolescentes.
Gilbert nos dice que hay otro sistema, el de cuidado y seguridad, común a todos los mamíferos, que genera el afecto, lenguaje amable y tacto tranquilizador, como una madre que acaricia a un hijo. Este sistema genera un sentido de seguridad y contrarresta el estrés y la tensión generados por el sistema de amenaza-defensa.
La amabilidad hacia uno mismo y los demás, es lo que hará que el adolescente se sienta en confianza y pueda desarrollarse plenamente. Los adolescentes son sensibles no solo las palabras sino al contacto visual, la expresión facial, el tono de voz, la postura, los gestos y el contacto a través del tacto. Establecer una buena comunicación es fundamental. Y no siempre sabemos crear ese espacio.
Estos dos puntos, el autoconocimiento del propio adolescente a través de las prácticas de mindfulness y meditación y el entorno creado por los adultos de cuidado, comunicación y seguridad son las herramientas necesarias para que el adolescente pueda llegar a una regulación emocional óptima y, como consecuencia que, en lugar de que esta sea una etapa difícil y conflictiva, pase a ser una etapa de florecimiento y expansión.
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