“Cuando era un chaval de catorce años, mi padre era tan ignorante que yo casi no podía soportar tenerlo cerca. Pero cuando cumplí los veintiuno, me sorprendí de lo mucho que mi padre había aprendido en esos siete años”. (Mark Twain)
En la vida trazamos cómo va a desarrollarse nuestro día, nuestra semana, y a veces, nuestra vida y esperamos que todo vaya sucediendo con esta velocidad de crucero que hemos establecido, para que se vayan cumpliendo nuestras expectativas y de la manera lo más rápida posible, ¡la vida es corta y hay muchas cosas que conseguir!
Y aunque nosotros pensamos que esa es la manera de que todo vaya bien, presionando para que las cosas sean como nosotros queremos, es en realidad la receta para el fracaso, por lo menos si nuestro objetivo es tener una vida plena y con armonía.
Esta manera de ir por la vida nos lleva a mantener una continua fricción con la realidad y un estado de frustración permanente. Cuando mis planes no coinciden de manera más o menos aceptable, según mi punto de vista, se genera un malestar. Sea porque las cosas no ocurren como yo quiero o a la velocidad que yo deseo, o porque no logro hacer algo tan bien como quiero o porque los demás no hacen o dan lo que debieran, según mi juicio.
Esto produce un estado alteración y agitación, de manera latente o de manera expresa, mediante el enfado o la frustración.
¿Qué podemos hacer para estar más relajados, más satisfechos y en armonía con la vida?
Pues aprender a relacionarnos con la experiencia de otra manera. Vamos a indagar en algo fundamental para ese cambio y es el cultivo de la paciencia.
Pensamos muchas veces que la paciencia es un don con el que hemos sido bendecidos al nacer o no. “Una pena, pero yo soy impaciente de naturaleza, qué suerte que tú eres una persona paciente”. Pero esto no es así, aunque algunos tengan más paciencia de manera natural, no es un don, sino una actitud que se cultiva.
Y consiste en permitir que todo se desarrolle tal y como lo hace, en su momento y a su ritmo. Por mucho que quiera que, por ejemplo, un rosal florezca, el abrir con las manos los capullos todavía cerrados para que salgan las flores no nos va a dar muy buen resultado.
Permitir que los acontecimientos se desplieguen tal y como lo están haciendo en cada momento, es lo que nos da la posibilidad de vivir plenamente y en armonía con el entorno y en armonía con nosotros mismos. Y sí, dentro de este entorno están los adolescentes.
Poner a prueba la paciencia
A veces uno puede pensar que los adolescentes están ahí solo para poner a prueba nuestra paciencia. Pues quizás sí, ya tenemos clase práctica casi a diario de desarrollo de la paciencia y podemos ver qué cómo vamos avanzando en ese aprendizaje.
El adolescente busca la pertenencia entre sus amigos e iguales mientras se va separando de los padres u otros adultos en el camino de su autonomía como ser humano, un bonito proceso natural y necesario. Esa búsqueda de autonomía presenta una cierta rebeldía hacia esa autoridad paternal y que se cuestione a diario cuesta un poco.
El adolescente está pasando por una gran remodelación de su cerebro y las partes que llevan a la reflexión, cálculo de riesgos y de consecuencias para los demás no están todavía bien reorganizadas y conectadas, por lo que muchas veces tiene comportamientos que no entendemos y de hecho, nos parecen absolutamente inapropiados.
Pero precisamente es una fase en la que explotar y gritarles cuando eso ocurre no ayuda. Si queremos que reconsideren ciertos comportamientos tendrán que venir desde la tranquilidad, desde el diálogo, de la confianza y darles el tiempo necesario para que las cosas se procesen.
Se están buscando a ellos mismos, y si en ese proceso nosotros perdemos la paciencia ellos lo harán también. Nuestros hijos/as o alumnos/a aprenden más de nuestros actos que de nuestras palabras.
Cultivar la paciencia, el cómo no dejarnos llevar por la desesperación, la adversidad cuando las cosas no son como habíamos previsto, incluyendo el comportamiento de nuestros adolescentes, es un aprendizaje fundamental, una sabiduría de vida.
Y en esta época de tecnología, en la que todo lo queremos y obtenemos ya, el aprendizaje de la paciencia puede ser uno de los mejores legados que podemos dar al adolescente. La paciencia nos hace resilientes a los retos de la vida. Los estudios demuestran que las personas pacientes tienen menos síntomas de depresión y tienen una mayor satisfacción vital.
No conoceréis a ningún gran científico, filósofo o atleta o simplemente persona muy feliz que no tenga grandes dosis de paciencia.
Cuando veas que estás a punto de perder la paciencia, para, no actúes. Haz una breve pausa
1. Date cuenta de cuales son tus emociones rabia, frustración, miedo o quizás una mezclade varias emociones…
2. Date cuenta de que esta emoción viene de una interpretación de lo que está ocurriendo y no siempre de una realidad.
3. Observa cómo sientes el cuerpo, ¿tienes los hombros o la mandíbulas tensas? Pues suavízalos, observando tu respiración. Puedes con cada espiración soltar la rigidez, la tensión del cuerpo… y simplemente estar ahí, sin reaccionar, cultivando esa paciencia, permitiendo que las cosas sean como lo son en este instante.
4. Observa como estás, y entonces puedes decidir, desde ese lugar de más tranquilidad, seguir la conversación con él/ella o bien darte cuenta de que es mejor darle un poco de tiempo y seguir en otro momento.
Este ejercicio también se puede hacer en un atascos, o en la cola del supermercado. Afortunadamente hay muchas oportunidades en tu día para practicar antes de hacerlo con el adolescente. ¡Cultivad la paciencia hacia vosotros mismos y vuestros adolescentes!
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