"En la mente del principiante hay muchas posibilidades, en la del experto, hay pocas”– Maestro Zen, Shunryu Suzuki
La mente de principiante propone simplemente de contemplar las cosas de un modo nuevo, como si fuese la primera vez que las vemos. Esto quiere decir que nos abrimos a la experiencia sin expectativas ni juicios para poder así darnos cuenta de que ningún momento es igual a otro y que, por lo tanto, cada instante es único.
La mente de principiante no se interesa por el pasado: los prejuicios basados en experiencias pasadas; ni se interesa por el futuro, basado en las expectativas de cómo las cosas deben ser; solo se interesa por el presente tal y como es, momento a momento.
La riqueza de la experiencia del momento presente no es sino la riqueza de la propia vida. Con demasiada frecuencia nos vemos enredados en nuestros pensamientos y creencias sobre lo que ya "sabemos". Eso nos impide ver las cosas como son.
Tenemos una tendencia a dar por sentado lo que ocurre y a no darnos cuenta de que nunca podemos decir “esto es lo de siempre”. Para ver la riqueza del momento presente, necesitamos cultivar esta mente de principiante, esa mente dispuesta a verlo todo como si fuese la primera vez. Podemos traer a cada instante de nuestra vida esta actitud maravillosa, que percibe que cada momento siempre es fresco, siempre nuevo, que nunca hemos estado en este momento antes.
Habitualmente traemos tantas ideas, actitudes y deseos a cada momento que no nos permitirnos a nosotros mismos ver las cosas tal y como son. Nos creemos tan “expertos de la vida”, con nuestras mentes llenas de ideas preconcebidas, que nos deja sin ningún sitio para la novedad, para poder maravillarnos ante la experiencia y abrirnos a nuevas posibilidades.
En particular, en la relación con los adolescentes en nuestras vidas, muchas veces nos focalizamos en las dificultades que tenemos con nuestros hijos e hijas o nuestros alumnos y alumnas. Cuando logramos soltar eso por unos momentos y simplemente miramos al joven que está ante nosotros, vemos y notamos cosas que habíamos pasado por alto, incluyendo cualidades que no son tan obvias si no les damos la oportunidad de que se manifiesten.
Cuando le ponemos una etiqueta a un adolescente, por ejemplo, que es una persona difícil, egoísta o que no trabaja en clase, nuestra atención se va a la manera en que nos relacionamos con él a través de esas características que nos generan conflicto. Nos focalizamos en eso, cerramos nuestra mirada viendo solo esas etiquetas y lo que es un problema que necesita resolverse.
Entonces solo vemos las etiquetas, ¿no es cierto? ¿Veis a vuestr@ hij@, a vuestro alumno? Esto es lo que solemos hacer, sin apenas ser conscientes de ello.
Pero, ¿qué ocurre si dejamos las etiquetas? ¿Si observamos a la persona que está ahí frente a nosotros, soltamos las ideas preconcebidas, los juicios sobre las buenas o malas cualidades y la idea de que hay que resolver algo?
Podemos simplemente estar con nuestro hij@, nuestro alumn@ y estar con la experiencia en su totalidad. Mirándole sin juicio, quizá posando una mano sobre su hombro o sobre la suya, con esa actitud de principiante, curiosa y amable, con una mirada limpia de juicios y expectativas. ¿Qué ves ahora?
Muchas veces estamos en conflicto también con nosotros mismos, con nuestras propias emociones y somos muy sensibles o sesgados a los aspectos negativos de nuestr@ hij@ o alumn@.
¿Cómo ayuda la práctica de Mindfulness con la tendencia a etiquetar?
1. Empezamos por tomar conciencia de que nuestras percepciones de la experiencia y de nuestros hijos e hijas no son necesariamente certeras. Aprendemos que la percepción de una situación suele incluir pensamientos, sensaciones físicas, tendencias a la acción y emociones que tiñen la realidad y se retroalimentan entre sí.
Cuando separamos estos componentes nos damos cuenta de lo mucho que nuestra percepción de las cosas está sesgada por nuestras emociones, expectativas o la manera en la que interpretamos esa situación. Y podemos percibir cosas que no habíamos notado simplemente porque no encajaban con nuestras expectativas o interpretaciones.
2. Usamos la práctica de la mente de principiante para, de manera intencionada, romper con la tendencia de ver solo lo que esperamos ver o hacer interpretaciones automáticas de las cosas.
La mente de principiante nos ayuda a expandir nuestra experiencia para incluir la totalidad de la persona en ese momento. Su mirada, su postura, lo que nos está realmente diciendo, sin juicios.
La mente de principiante es la práctica de tratar de ver cada nueva experiencia exactamente como tal, completamente diferente de cualquier otra, en la misma manera que esta inhalación que estamos haciendo ahora es muy diferente de la anterior.
Solemos convertir todo en rutinas, cuando se despierta nuestr@ hij@ adolescente o un alumn@ entra en la clase, lo hacemos todo igual, suponemos que se va a comportar de una manera similar a ayer y antes de ayer. Nosotros mismos en cierto modo, sin darnos cuenta forzamos a que sea así. No dejamos que la experiencia se despliegue a su propio albedrío.
Esta tendencia está grabada en nosotros como seres humanos y nos empuja a pasar el día habiendo previsto de antemano cómo van a ser las cosas. Es una herramienta muy útil de nuestros cerebros, para interpretar el mundo y poder movernos por él con más seguridad. Sin embargo, nos priva de la riqueza de observar cómo realmente cada momento se despliega, este día, este adolescente, como es en este momento, diferente de cómo era hace una semana o un día o hace un momento.
Entre un momento y otro está ese espacio en el que cada uno de nosotros tiene la capacidad de ser diferente, de elegir una manera diferente de comportarse, de ser. Si nos lo permitimos, y se lo permitimos, cada momento, literalmente, contiene la posibilidad de cambio, tanto en nuestros hijos e hijas como en nosotros.
En lugar de centrarnos en esas cualidades preconcebidas sobre el adolescente que suelen ser generadoras de conflicto, creamos espacio, para verlo todo, para estar abiertos a todo, todo lo que está ahí. Permitiendo, dando espacio a esa oportunidad de cambio. Permitiendo también ese “problema o fricción” que suele aparecer, pero también dejando espacio para observar todo lo demás, quizás observemos en él un gesto de acercamiento o un gesto de simplemente querer ser escuchado sin juicios.
3. Postura y gesto. Como la mayoría de las cosas, esta actitud empieza en el cuerpo. Cuando hables con tu hij@ o alumn@, observa cómo está tu postura, ¿es abierta, invita a la comunicación? Y tu gesto, ¿es amable?, quizá puedas esbozar una leve sonrisa que refleje tu intención de estar presente sin juzgar. Observa siempre tu postura y tu gesto e invita una a que éstos sean amables, abiertos, dispuestos.
Ejercicio Mente de principiante
La invitación es a experimentar qué es cultivar nuestra mente de principiante en nuestra vida diaria. La próxima vez que veamos a alguien familiar, preguntémonos si vemos a esa persona con ojos nuevos, como es, o si sólo vemos el reflejo de nuestras propias ideas acerca de ella. Intentémoslo con nuestros propios hijos, con nuestra esposa, nuestros amigos y compañeros de trabajo, o con nuestro perro o gato si lo tenemos.
Intentémoslo con los problemas cuando éstos afloren. Intentémoslo en la naturaleza cuando salgamos a pasear. ¿Podemos ver el cielo, las estrellas, los árboles, el agua y las piedras como son en ese preciso momento y con una mente limpia y amable, o sólo podemos verlos a través del velo de nuestras propias ideas y opiniones?
Quizá nos demos cuenta de que cuando lo juzgamos todo, nuestro mundo está predefinido, no hay lugar para cambios, para la creatividad, para la riqueza e infinidad de posibilidades que se presentan ante nosotros.
Ejercicio Mente de principiante con un adolescente
Observa al adolescente como si nunca lo hubieras visto antes. Observa a tu hijo, a tu hija, a tu alumno, a tu alumna con toda tu atención, como si lo vieras por primera vez, como si nunca lo hubieras visto antes. Puedes elegir un momento en el que no es consciente de que te está mirando. ¿Qué ves?
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